Carolina Dell´Oro

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Por: Carolina Dell´Oro | Publicado: Viernes 31 de mayo de 2013 a las 05:00 hrs.
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Hace algunos dias me tocó hacer clases en una prestigiosa universidad de este país, a jóvenes que para acceder a la carrera que estudian tuvieron que tener altísimos puntajes.

Sentí el desafío de estar frente a alumnos que teniendo un gran nivel de inteligencia, tienen un cierto “analfabetismo interior”, es decir una muy escasa capacidad de resonancia de los grandes temas del ser humano y de expresión de su visión personal acerca de un tema. Entonces me pregunté ¿cuánta literatura habrán leído estos jóvenes?
Quien no haya pasado tardes enteras delante de un libro, quien nunca haya leído en secreto detrás de una linterna, quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas porque una historia acaba, sentirá obviamente que estas palabras no puede hacerlas propias. Hoy quiero hablar de la lectura como una actividad que es mucho más que un instrumento lingüístico que desarrolla habilidades intelectuales. La lectura es, como se deja ver en las palabras del inicio, una pasión, es un mundo de enormes posibilidades que van conformando nuestro ser mismo y que libremente podemos dejar o tomar.

El crecimiento personal que produce la lectura tiene que ver con muchos aspectos distintos: con el nivel de comprensión lectora, el rendimiento escolar, el vocabulario, la capacidad de expresión, el desarrollo del espíritu crítico y la capacidad de análisis, el estímulo de la curiosidad intelectual, el desarrollo de la capacidad de observación, de concentración y atención. Todas estas ventajas conocidas e indispensables para el buen desempeño de una persona a lo largo de la vida.

Sin embargo, quiero enfatizar ahora los beneficios que produce la lectura en otro nivel, el antropológico. La lectura nos ayuda a ser más plenamente personas, pues enriquece lo más propio del ser humano: la intimidad. Siendo ésta el centro desde el cual las personas enfrentan la realidad, la lectura es un lugar privilegiado para encontrarnos con nuestra intimidad única e irrepetible, la alimenta y la enriquece. Hace crecer nuestra interioridad personal, por cuanto permite el desarrollo de la creatividad, la posibilidad de estar en permanente creación y recreación, amplía los horizontes, favorece el desarrollo de las virtudes morales, propone modelos de admiración e imitación, invita a la magnanimidad, educa la sensibilidad. En definitiva, la lectura se puede transformar -en la medida que nos demos la oportunidad y nos acerquemos a ella- en una verdadera escuela de humanidad, que no sólo entretiene y da goce y felicidad, sino que además, y muy por el contrario de lo que podría parecer, enriquece los contactos personales y las relaciones humanas. La lectura nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a los demás, favorece la afectividad y el encuentro con los otros. La lectura nos lleva a ser más plenos y más humanos, nos posibilita descubrir el inmenso bagaje interior que llevamos cada uno dentro.

¿No será necesario que en la tan nombrada reforma educacional, éste sea uno de sus pilares para que, experimentando el desarrollo interior a través de la lectura, en los jóvenes puedan resonar los grandes temas humanos?

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